Translate

viernes, 4 de noviembre de 2016

Mejor estudiante del mes del grado 5° del CET


Felicidades al alumno leiber Alvarado por su dedicacion, responsabilidad y sus ganas de superacion

jueves, 3 de noviembre de 2016

¿Dejar o no tareas? El nuevo debate en la formación infantil







Crece la corriente de expertos y padres que se quejan por el exceso de deberes para los niños.

En la película Cadena de favores (2000), el maestro de séptimo grado de una escuela en Las Vegas, encarnado por Kevin Spacey, deja el primer día de clases a sus estudiantes la siguiente tarea: traer una idea que ayude a cambiar el mundo y ponerla en práctica.
Uno de los alumnos formula un sistema que consiste en ayudarse unos a otros, pero de una forma desinteresada, lo que desencaden cambios positivos e inesperados.
Esta iniciativa, plasmada en la ficción, es un ejemplo al que recurre Julián de Zubiría, experto en pedagogía y rector del colegio Alberto Merani, de Bogotá, para mostrar cómo las tareas o deberes escolares, que para el criterio de algunos son inútiles y excesivos, pueden plantearse con propósitos verdaderamente formadores.
De Zubiría considera que si, por ejemplo, a los alumnos se les pidiera pensar en soluciones para la infinidad de problemas que ellos y la sociedad tienen, “ayudaríamos a formar individuos más creativos, que es una de las metas en las que la educación sale hasta el momento peor evaluada”, explica. Sería, a su juicio, una forma de reemplazar las tareas tradicionales (planas, maquetas, elaboración de disfraces y ejercicios repetitivos o excesivamente complicados) en torno a las cuales hay debate permanente, por las dudas sobre su real aporte al proceso educativo.
Los padres de familia se quejan por la cantidad de asignaciones con que los colegios cargan a sus hijos, y en cuyo desarrollo –no en pocas ocasiones– tienen que intervenir ellos.
Tanto se ha discutido al respecto que en Colombia, en el 2012, un senador presentó un proyecto de ley para que los planteles no les dejaran tareas a los niños, con el fin de que estos destinaran este tiempo a actividades lúdicas. Sin embargo, la iniciativa no fue aceptada por el Congreso.
La propuesta no es nueva. De hecho, hay estudios y expertos en educación que sugieren eliminar las tareas tradicionales, porque consideran que carecen de propósito y de retroalimentación por parte de los profesores. Una reciente investigación de la Universidad de Sídney (Australia) concluyó que las tareas escolares que los profesores dejan a sus alumnos para hacer en casa son demasiadas y tienen escaso valor académico, por lo que proponen que los maestros desarrollen un plan de deberes antes y durante el curso escolar. Otros análisis van más allá e incluso las vinculan con el clima familiar. Así lo señala un estudio publicado en el American Journal of Family Therapy, que encontró que “el estrés familiar se incrementa a medida que aumenta el peso de los deberes y disminuye la percepción de los padres sobre su capacidad de ayudar”.
Sus autores afirman, además, que un niño que esté en los primeros cursos no debería pasar más de 10 minutos diarios haciendo tareas, que los alumnos de grados medios no deberían superar los 70 minutos, y los de últimos años, 120 minutos.
No pocos padres critican, además de la carga excesiva de tareas, que en ocasiones estas sobrepasan las capacidades de sus hijos, por lo que ellos mismos deben sacrificar tiempo de descanso y familiar para hacerlas con ellos. Ese es el caso de Andrea Forero, quien se queja de que hace poco a su hijo Santiago, de 3 años, le dejaron de tarea la elaboración de un sistema solar en icopor.
Andrea Linares, mamá de dos niños que cursan primaria, también cuenta que debe sentarse a hacer tareas con ellos cada día, al final de largas jornadas laborales, que empiezan en la madrugada. “Con mucha frecuencia estas tareas son tan complejas para Laura y Nicolás que tengo que asumirlas también; no es raro que me dé la media noche haciendo deberes que, así lo siento, el colegio me asigna a mí, no a ellos”, señala.
Las tareas pesadas y aburridoras pueden, asimismo, acarrear un efecto perverso, a juicio de Alfie Konh, reconocido crítico del sistema educativo de Estados Unidos, en su libro El mito de los deberes. En él, asegura que “la falta de interés de los niños por las tareas los lleva a adoptar una actitud negativa hacia el colegio y el aprendizaje en general; diría que las tareas son el principal y mayor extintor de la curiosidad infantil. Queremos niños completos, que se desarrollen social, física y artísticamente, y que tengan también tiempo para relajarse y ser niños”.
No hay que satanizar
Los expertos coinciden en que no hay que satanizar las tareas. Un estudio de la Universidad Autónoma de Madrid, en el que participaron 5.603 alumnos de 98 escuelas de Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, España, Panamá, Perú y Venezuela, demostró que los deberes sí mejoran el rendimiento escolar, “pero si son revisados y corregidos en el aula, y si hay una asignación diferenciada para los alumnos con menores desempeños”.
Para Julián de Zubiría, las tareas son esenciales para consolidar lo aprehendido, para favorecer el desarrollo de los procesos y para reorganizar y diferenciar los conceptos, las actitudes y las competencias adquiridas. Por ello, para él son irremplazables, y advierte que el problema no son las tareas, sino el tipo de cosas que se les asigna a los estudiantes. E insiste en que los deberes que no tienen sentido, porque no aportan nada o desbordan la zona de desarrollo de los niños y que, por consiguiente, tienen que ser asumidos por los papás, “deberían eliminarse”.
Estimular el aprendizaje
A finales del siglo XIX surgió en el mundo una corriente progresista de la educación denominada escuela nueva, cuya premisa principal es que el aprendizaje se dé por el contacto con el mundo y con base en la práctica.
Por eso, impulsa las actividades libres para desarrollar la imaginación de los estudiantes, pero su mayor aporte es que estas se deben realizar con base en los intereses de cada niño.
Así, critica la educación tradicional, afirmando que usa métodos mecánicos, que crea robots y no seres pensantes.
Pues bien, pese a que son pocos, en Colombia, hay colegios que siguen la línea pedagógica de la escuela nueva, que no solo van en contra de dejar tareas por dejarlas, sino que su espacio de aprendizaje trasciende las cuatro paredes de los salones o incluso de la misma institución.
En el colegio Montessori, por ejemplo, a veces se envían a la casa una cantidad de desafíos para el hogar, prediseñados para cada grupo de edad en la clase. Los niños tienen una semana entera para completarlos. Cuando concluye la semana, los maestros generalmente se sientan con los estudiantes para analizar lo que funcionó, lo que les gustó y lo que les resultó difícil o muy cansador.
“Dependiendo del nivel en el que está el niño, los deberes incluyen generalmente algo de lectura, búsqueda de información, escritura y algo tangible para concretar”, explica el manual de convivencia de la institución.
Entre tanto, en el colegio Unidad Pedagógica la metodología de enseñanza de los más pequeños se desarrolla con el Proyecto Integrado en Aula de Clase, que se aborda desde los intereses de los alumnos.
En el Jardín Párvulos, según su coordinadora académica, Margarita Giraldo, nunca dejan tareas para la casa, pues son conscientes de que los papás las hacen, pero además enfatiza en que el tiempo en casa es para la unión familiar. “Los niños están acá todo el día, y el tiempo que están en sus casas lo pueden aprovechar para compartir con sus padres, quienes, a su vez, están todo el día trabajando”, indica. La pedagoga agrega que con la metodología del jardín se busca estimular a los niños mediante juego, arte y ciencia. “Acá no hacen planas ni palitos ni bolitas; a cambio reciben yoga y estimulación extrasensorial, entre otras actividades”, dice.
TATIANA LIZARAZO CORREA
Redactora de EL TIEMPO
www.eltiempo.com/estili-de-vida/educacion/tareas-para-los-niños

Déjanos conocer tu valiosa opinión. 

¿Tiene sentido hacer las tareas escolares en casa?


¿Tiene sentido “hacer la tarea escolar” en casa?

La tarea escolar es casi una institución en la vida de las familias. No solamente queda fuera de los cuestionamientos de todos los actores implicados (menos los chicos) sino que algunos establecen casi como regla de tres simple este postulado: “a mayor cantidad de tarea en casa, mayor calidad educativa”. Esta afirmación genera un pensamiento generalizado de que las “buenas escuelas” son aquellas que “matan” a los chicos con tareas en su casa “por el bien de ellos”. Es más: grandes empresas hacen negocios generando sitios en la web “para ayudar con la tarea escolar”, por lo cual los maestros y profesores estamos contribuyendo al desarrollo de un gran comercio a veces sin tener conciencia…
Hoy quiero poner en cuestión todos estos supuestos, incluído el valor de la tarea en sí mismo. Porque como digo siempre: los padres no son pedagogos y por ello no son quienes deberían saber que estas costumbres pueden cuestionarse. Pero los docentes sí tenemos la responsabilidad de revisar cada una de las prácticas instituídas y la capacidad de dudar acerca de su aporte a los procesos de aprendizaje y enseñanza.
Analicemos primero el para qué de la tarea. Cuando los chicos concurren jornada completa a la escuela… ¿tiene sentido que en vez de llegar a su casa a relajarse un poco, jugar y descansar tengan que continuar agobiándose con lo que debían haber resuelto en el tiempo escolar? Si en 8 horas de escuela no somos capaces de enseñarles a los chicos lo que deberían saber, tendríamos que cuestionarnos mucho más cómo enseñamos en la escuela!
¿Y el derecho de los chicos al juego? ¿Quién se ocupa de resguardarlo cuando el tiempo material no da para hacerlo? Seguramente algunos dirán que “los padres son quienes recargan a los chicos de actividades extraescolares”. Sin embargo, todos sabemos que la escuela es la principal responsable de la sobrecarga de actividades fuera de la ella. Visto de esta manera, el primer punto debería apuntar a que la escuela debería resolver las situaciones de aprendizaje requeridas en los chicos dentro del extenso horario de la jornada completa, siendo así la guardiana responsable de garantizar su derecho al juego y al ocio.
Otros pensarán: “para que pierdan el tiempo en la computadora o en los videojuegos más vale que les den tarea”. Pero esto supone que lo lúdico no tiene ningún valor en la vida de los chicos y que cuando ellos se sientan frente a las computadoras no desarrollan aprendizaje alguno, y ambas cosas resultan erróneas.
Vamos a correr ahora la mirada hacia el sentido del aprendizaje autónomo, o más bien lo que correspondería a pensar acerca del “estudio sistemático” como práctica valorada en el mundo de los adultos. Nadie podría estar en contra de pensar el valor de los chicos aprendan a estudiar solos, a organizarse, a priorizar. Pero sobre el aprendizaje autónomo hay mucho para analizar. Partamos de pensar desde cuándo debería producirse. Cada vez es más frecuente observar que las “tareas” se instalan desde primer grado de la escuela primaria como si los chicos de 6 años no necesitaran más tiempo para jugar que los de 15. Pareciera que todo se mide “con la misma vara” y que hay que enseñarles “desde chicos” a sufrir y padecer la tarea (así como los exámenes, que serán objeto de otra entrada). ¿Es justo quitarle a un chico pequeño sus horas de juego en pos de un futuro lejano como estudiante autónomo? No pareciera… Tampoco lo es quitarle el espacio de socialización a los chicos en la secundaria.
El otro punto central es ver en qué consiste la tarea. No tengo ninguna duda de que la mayoría de los casos la tarea que se les encomienda es una repetición de actividades ya realizadas, pero… ¿para qué sirve hacer esto? Salvo que creamos que la “repetición contribuye a la fijación” (principio conductista que se supone más que erradicado de las prácticas pedagógicas”) darles a los chicos este tipo de actividades  no tiene ningún valor formativo.
El otro gran bloque de tareas está compuesto por aquellas llamadas de “investigación” o de “desarrollo”. Aquí encontramos otra gran deformación de conceptos acerca de lo que se considera un proceso de investigación, que es banalizado y confundido permanentemente con una mera búsqueda de información de la que luego los docentes reniegan argumentando que los chicos solo saben “copiar y pegar”. Ahora: ¿les enseñamos realmente a investigar? Y lo peor es que en nombre de “la participación de los padres”, “la implicación en los procesos de aprendizaje de sus hijos”, etc. los ponemos a buscar cosas para “ayudarlos” a hacer la tarea”. Y sobre esto propongo varias preguntas:
  • ¿Para qué sirve hacerlo si no beneficia el trabajo autónomo de los chicos, supuesto principio que fundamenta que exista la tarea?
  • ¿Es justo para un padre que llegar de trabajar todo el día y solo tiene con suerte una hora por día para compartir con su familia y disfrutar que tenga que ponerse a “trabajar para la escuela”? ¿Cuál es sentido de forzar esto?
  • ¿Qué suma en términos de aprendizaje o enseñanza? ¿Les corresponde a los padres ponerse a realizar las tareas con los chicos?
  • ¿No debería la escuela ayudar a crear un espacio de encuentro placentero entre padres y chicos en vez de generar espacios de discusión y aburrimiento compartido? ¿No sería mejor que padres e hijos si tienen tiempo para compartir lean un cuento, vayan a la plaza o vean una película juntos?
  • ¿Qué tipo de padres son los que tienen tiempo y espacio cotidiano hoy para sentarse a hacer la tarea con sus hijos?
El otro aspecto que quiero tomar es la desvalorización que los propios docentes hacen de la tarea cuando muchas veces ni siquiera se toman el trabajo de corregirla y devolverla y solo consideran “si se hizo o no se hizo”, identificando su mero cumplimiento con la responsabilidad en los chicos. ¿Se aprende a ser responsable por cumplir lo que se le ordena? ¿O estamos enseñando simplemente la sumisión y a hacer las cosas “porque el maestro o profesor lo dice”? Alguien debería encontrarle un sentido a esa tarea que se da, ponderarla y reorientarla si es que tiene posee algún valor real.
Es probable que para algunos chicos en particular la tarea resulte una forma de enseñarles a estudiar, pero esto requiere de una orientación e intervención particular y específica de los docentes para que que pueda lograrse. También se necesitan propuestas motivadoras y no reiteraciones tediosas de lo que sucede en la clase.
Siguiendo con el análisis, vamos viendo que existen pocas situaciones, contextos y fundamentos que justifiquen el sostenimiento de la tan arraigada tarea escolar. Veamos entonces cuándo sí podría valer la pena. La jornada simple podría ser una modalidad que permitiera el desarrollo de estrategias de trabajo autónomo en el tiempo que tienen los chicos. Pero además de este contexto, en otras situaciones podría tener algún sentido siempre y cuando las tareas que se encomienden sirvan para:
  • Generar estrategias de organización de la información y presentación de los conocimientos particulares de cada uno de los chicos, que luego puedan ser llevados de nuevo a la escuela para compartir y retrabajar en el marco de la orientación del docente.
  • Promover la puesta en marcha de investigaciones reales sobre temas que los chicos les interesen. Si los maestros y profesores proponen proyectos en donde cada chico pueda desplegar sus intereses y estrategias propias y si en paralelo se pueden poner en marcha gracias a las TIC algunas formas de trabajo colaborativo en la web, la tarea puede sumar mucho al aprendizaje.
  • Invitar a los padres a expresar sus costumbres, ideas, pensamientos, es decir a compartir sus culturas familiares a través de participaciones que ponderen la diversidad.
  • Orientar las actividades extraescolares al encuentro entre aquellos aprendizajes invisibles para la escuela y ponerlos en el centro de la escena escolar, recuperando todo aquello que los chicos aprenden y producen por mérito propio fuera de la escuela y tendiendo puentes entre estos aprendizajes y los contenidos curriculares.
  • Proponer actividades que permitan a los alumnos desarrollar y experimentar estrategias de estudio y aprendizaje que les den mejores posibilidades en su vida cotidiana en la escuela. Para realizar estas tareas primero será necesario enseñar variadas estrategias de estudio y luego darles posibilidades de desplegarlas en la práctica en un entorno de experimentación individual.
Todas las propuestas que aquí se esbozan implicarían ser más coherentes entre lo que decimos y lo que hacemos. Si defendemos el derecho al juego en la infancia; si sostenemos que es importante la comunicación dentro de las familias y el compartir tiempos junto; si pensamos que la escuela tiene un valor formativo; si nos decimos constructivistas a la hora de enseñar, continuar sosteniendo las tareas escolares sin sentido en la casa va en contra de todos estos postulados.
¿No les parece que es hora de empezar a darle batalla en serio a este otro aspecto de la inercia pedagógica?
Articulo tomado de la pagina web: pensarlaescuela.co

Regalanos tu opinión para nosotros es de suma importancia.